La selección francesa venció agónicamente a Croacia y consumó una remontada que volvió a denotar que este equipo tiene más vidas que un gato. Los de Deschamps, tras una tanda de penaltis no apta para cardíacos, con un Maignan brillante, con dos paradas monumentales, se clasificaron para las semifinales de la Nations League, donde se enfrentarán a España, su verdugo en la última Eurocopa. Olise y Dembélé consumaron la remontada y, en los penaltis, el del Milan fue un rodillo.
Croacia dejó clara sus intenciones desde el primer segundo. Le regaló el balón a Francia, le invitó a atacar y en ese escenario, donde ningún jugador rojiblanco negocia un esfuerzo, se sintió hasta cómoda por momentos en el primer tiempo. Modric y Kovacic, insaciables en cada balón dividido, llegaron a exponer la febril presión tras pérdida, también poco trabajada, de Francia, una quimera durante toda la primera parte.
La subcampeona del mundo salió con ímpetu para darle la vuelta a la eliminatoria. Sus diez primeros minutos fueron de un equipo hambriento, activo, apresurado. Tuvo dos oportunidades muy claras, una de Mbappé, que no llegó a enganchar un reverso en el área y su disparo, a bocajarro, se marchó muy desviado.
A partir del minuto 15, el cerrojo croata expuso las carencias de los de Deschamps con balón. Planos, lentos y previsibles, el escenario del partido, en el que pasaban muy pocas cosas, beneficia claramente a Croacia. Sin espacios, sin talento individual capaz de encontrarlos, porque el repliegue rival fue cada vez más estrecho, las oportunidades brillaron por su ausencia.
Hasta que apareció Livakovic. Después de protagonizar un rifirrafe con Mbappé, amonestado por golpearle la cara con el muslo, el guardameta, como el jueves en Split, se hizo gigante, evitando el 1-0 de Barcola. El extremo del PSG, gracias a un brillante pase de Olise, se estrelló contra el muro croata, que desvió su remate con un pie milagroso. Fue la oportunidad más clara del primer tiempo, marcado por las perennes imprecisiones galas y por una Croacia que no sufrió en ningún momento.
Francia despertó. Y el Stade France recobró su vida. Olise, el mejor de Francia, un futbolista nacido en Inglaterra, con raíces francesas, y que desborda talento en su pierna izquierda, sorprendió por primera vez en toda la eliminatoria a Livakovic, enviando a la red un disparo ajustado, sutil y colocado en una falta en el borde del área.
El partido entró en ebullición. No hubo tregua. Faltaba por aparecer Ousmane Dembélé. Tras la enésima aparición de Olise, omnipresente, insaciable, incontestable en cada acción, el Mosquito picó, anotando su vigesimoprimer gol en 2025, cifras de crack total y, posiblemente, quién lo diría, de Balón de Oro. El 2-0 acrecentó todavía más los nervios en una letárgica Croacia, a tal punto de que Modric acabó sustituido. Y, para más inri, el encuentro se fue a la prórroga.
La prórroga, en un calendario tan agitado, sin tiempo de respiro, fue innecesaria. Los jugadores, fundidos, agonizaron para llegar a los penaltis. Entró Camavinga, cambio más que tardío, porque, en apenas 15 minutos, dejó solo a Mbappé tres veces, las tres escupidas por un heroico Livakovic.
El portero croata ya no pudo más en la tanda de penaltis y un inconmensurable Mike Maignan, que paró dos penas máximas, se convirtió en el héroe de la noche. Francia, como casi siempre con Deschamps, superviviente en el alambre, se clasificó y jugará contra España en las semifinales de la Nations League.
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