El Atleti se alivia con el Rayo

Quizá solo era eso. Jugar sabiendo lo que te estás jugando. Un partido sin pensar en otro. O en un penalti que no volverá por mucho que duela. Jugar aunque ya no quede nada por lo que jugar. El honor al menos. Ese escudo al pecho. Por tu afición al menos. Que solo te pide una cosa: que lo pelees aunque lo pierdas. De ahí el corazón y coraje del himno. Ese al que regresó el equipo del Cholo y menos mal, para frenar la deriva, lo que ocurrió en Las Palmas.

Al extremo derecho del Rayo volvía Isi y esa era la gran noticia. Iñigo quería recuperar la esencia de su Rayo y a por el partido iba. Con ganas de balón y un equipo a juego con la tarde, por completo primaveral. De jugones y color. Un plan que el Atleti trituró en su primera llegada, en el minuto dos. Todo comenzó, por supuesto, en una carrera de Giuliano.

Por la derecha, esa banda por la que Simeone padre corta a través de las piernas de su hijo. Ese Giuliano que abonó las quince victorias seguidas y ahora no se conforma. Él no es de levantar banderas blancas, no es de rendirse o de arrastrar el escudo. Él lo ama. Él lo lucha. Él lo ensancha. Mientras corre y conduce la pelota. Al llegar a la línea de fondo solo tuvo que levantar la cabeza y olfatear cómo llegaba Sorloth. El Pacha no le encima, el argentino centra y Sorloth caza anticipándose a Lejeune para darle la razón a Simeone en esa decisión difícil de volver a dejar, por segunda vez, a Griezmann en el banquillo. Como titular también hace goles. Aunque el siguiente lo fallara tres minutos después.

El cuadro, el mismo aunque con otros nombres. De Giuliano hacía Galán al ganar la línea de fondo y con un centro lateral buscar la cabeza del noruego. De Pacha, Ratiu en un movimiento igual: no encimar. Pero en el último segundo, lo más importante era su anverso. Sorloth, solo, cabeceaba fuera. Acechaba el gigante, salivando peligro. Antes del diez ahí estaba de nuevo, asistido por Julián y ante Batalla para toparse con el guante del portero. El partido era pura electricidad rojiblanca. Pedir perdón en la hierba debe hacerse así. Porque un partido se puede perder pero no sudar la camiseta, nunca. El Rayo, sorprendido por la salida en tromba e incómodo en la construcción, aterrizó en el partido justo después. Un golpeo con la zurda de Isi desde la zona de tres cuartos fue su presentación a Oblak. Las carreras de uno comenzaron a tener réplica en el otro.

El Rayo con cada vez más posesión, relampagueaba en cada carrera que le echaba Ratiu a Galán (para ganarle todos) para crear peligro en cada uno de sus centros. Isi se topó con los guantes de Oblak que, en una buena estirada, impedía que marcara el empate tras la enésima del rumano. Sorloth contestó con otra ocasión que aún se estará preguntando cómo la falló, ahora al rematar demasiado picado otro centro Galán. El balón se marchó desviado mientras el noruego se quejaba de un agarrón de Ciss.

El 1-0 se antojaba escaso ante tanta ocasión desperdiciada por el vikingo. Por eso antes del descanso, De Paul sacó el compás para que de su bota brotara uno de esos centros que gritan goool por aire. Tenso, medido y perfecto a la cabeza que Gallagher quien, solo, ahora sí embocó a la red pintando en inglés el futuro: debe jugar por dentro y hacerlo siempre, box to box de manual. Sorloth le había hecho de pantalla con Ratiu, Lejeune llegó tarde, Ciss solo vio la bola pasar. El Metropolitano se iba al descanso con el himno en la boca y los pulgares arriba.

La segunda parte comenzó con un pisotón de Óscar Valentín a de De Paul de los que duelen y otro milagro de Oblak para negarle de nuevo el gol a Isi. El jugador del Rayo cabeceó a bocajarro un centro de Álvaro que Oblak palmeó fuera de puro reflejo de portero Zamora. Los dos sufrían con los centros laterales aunque solo el Atleti había hecho herida. Grizi entraba, a la hora y entre aplausos. Pero ayer tampoco. Una vez cruzó demasiado un balón que Julián le sirvió de tacón. Otra, Batalla le segó la contra en la frontal. El equipo le buscaba. Para que marcara, se recupere, se reencontrara con el gol. Y lo hizo aunque no así, sino entregándoselo a Julián que, en un mano a mano, le mostró lo que el solía hacer: llegar y marcar. El Rayo como venda para taponar la herida que desangró la temporada. Aunque fuera un parche, aunque de nada ya valga porque nada hay ya en juego. Pero sí el honor, el orgullo, el reconocerse al espejo. Pero quizá solo necesitaba eso. Volver a ganar. Y sentirse el Atleti. Mientras Oblak volvía a dejar su puerta a cero, con milagros en sus guantes hasta el final.

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