Primero, Horkas; después, la condena

Aún tuvo que certificar la tecnología que la bandera levantada de la asistente no tenía razón de ser, que esa pelota postrera había llegado a Muñoz procedente de Giménez, antes de que Las Palmas se diera por fin a la fiesta, consciente el equipo, consciente la afición, de que ese gol es oxígeno para seguir respirando en la pelea por la permanencia. Semana Santa y en Canarias, el Atlético se lo había tomado como escapada de vacaciones. Y así le fue. Con Giuliano como digna excepción para la norma, nadie pareció en el equipo rojiblanco especialmente preocupado por otros tres puntos que se escapaban para sepultar de manera definitiva cualquier opción clasificatoria que no pase por asegurar la enésima participación consecutiva en la Champions.

Y es que ni contigo ni sin ti, entiéndase Griezmann, tienen los males remedio. Porque el Antoine actual puede ser problema, sí, pero en ningún caso el único ni el más grave. El día que se quedó en el banquillo, como se venía reclamando desde sectores diversos, su equipo fue más de lo mismo. Como en Getafe o como en Leganés, por ejemplo. Pero es que después tuvo un rato y tampoco puede decirse que lo aprovechara. De hecho estaba sobre el campo cuando la charlotada de los centrales visitantes derivó sobre la bocina en la única diana de la noche. Para entonces Las Palmas se había quedado por lo físico sin Essugo, exhausto, o sin Fabio Silva, tocado. Tanto dio…

Algo no le gustaba mucho antes a Oblak, que, apenas superado el primer cuarto de hora, aprovechó que el juego se había detenido para acercarse al banquillo y departir con su entrenador y que, poco después, cuando Las Palmas se disponía a sacar desde la esquina, se desgañitaba dirigiéndose directamente a los compañeros. Efectivamente, los síntomas rojiblancos eran preocupantes. Había aparecido el Atlético por el partido con su versión mustia, léase sin intención alguna de presionar la salida rival, en un lado del campo, o de poner demasiados problemas a Moleiro y Fabio, en el otro.

Pero al de las manoplas lo mismo le dio, porque su equipo siguió en las mismas. Y de hecho llegaron por fin dos ocasiones en clave amarilla. El cabezazo de Suárez a los dominios del propio Jan, después de que Llorente se desentendiera de la línea que sí tiraban los de su equipo, y el disparo de Essugo desviado, después de que el futuro jugador del Chelsea aprovechara una pérdida de Barrios. El canterano rojiblanco, escarmentado como anda esta temporada, dos extravíos, dos tarjetas rojas, no quiso hacer la falta que reclamaba su acción anterior, de modo que el luso se plantó solo en la frontal por más que se precipitara al pegarla.

Y de repente, Horkas. Porque para protagonismo de un portero, el suyo. Había dibujado más de media hora infame el Atlético, pero hete aquí que dos correrías por la derecha derivaron en dos asistencias de Giuliano (una por abajo, otra por arriba), en dos remates francos (uno de Julián, otro de Sorloth)… y en dos manos prodigiosas del croata, aupado a la titularidad por el percance físico de su compañero Cillessen, pero al que no habrá quien aparte de la misma como siga parando así. Había sido mejor Las Palmas a los puntos, pero con sendos sustos en el cuerpo casi que se dio por bueno un descanso en tablas decretado por el del silbato cuando el reloj ni siquiera había llegado al minuto 45. Ellos son así.

Recuperados De Paul y Lino, reinsertado Correa, cuyo castigo fue justo salvo que se comparara con el de otros, Simeone disponía de toda su plantilla. Cuando el calendario ya no aprieta, lamentablemente para él, pero de toda la plantilla al fin y al cabo. Había tirado El Cholo con un once reconocible, Le Normand en el puesto de un Lenglet que últimamente ha salido en demasiadas fotos, y Sorloth en el del ya radiografiado Grizi. Diego Martínez, por su parte, apenas había introducido a Moleiro, precisamente Moleiro, respecto al que asaltó el Coliseum una semana antes para firmar el primer triunfo de 2025. De enero a marzo ni uno, en abril ya van dos.

Porque si alguien esperaba propósito de enmienda desde el punto de vista visitante, ya podía esperar sentado. El arranque del segundo acto vino a ser como el del primero, un monumento a la vulgaridad, así que El Cholo tomó medidas con un doblete de dobles cambios: del primero destacó que Riquelme apareciera antes que Griezmann, del segundo que, cuando por fin lo hizo éste, fuera Julián el damnificado. Para cuando el míster local hizo el primer cambio, el de Marvin por McBurnie, a su colega sólo le quedaba el último. Que llegó enseguida, faltaría más. Martínez hizo de la necesidad virtud en el tramo final y el resto lo puso Muñoz. Primero, Horkas; después, la condena. Al Atlético se le hará largo este final de curso.

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